domingo, 23 de junio de 2013

Esa rosa...

Esa rosa... fue el comienzo de todo. Empezó un día de primavera, tú viniste y me confesaste tu amor entregándome una rosa roja que aun conservo. Era el día más feliz de  mi vida pues yo te gustaba y tu me gustabas. Te entregué una caja de bombones que te había comprado queriendo demostrar mi afecto y amor, entonces me abrazaste y me besaste. Creí tocar el cielo. Fuimos a dar una vuelta por la ciudad que lucía una tarde primaveral donde se respiraba amor, compartimos los bombones, me compraste un helado y un pequeño koala de peluche, fuiste el chico atento y dulce que toda chica hubiera deseado. 
Llegamos a mi casa y te invité a pasar, aunque nunca lo hice para que sucediera eso... Nos sentamos en el sofá y me abrazaste, me besaste y me acariciaste con ternura, me tumbaste en la cama y seguiste besándome todo el cuerpo. No sabía que debía hacer, no podía pensar con claridad, así que simplemente me deje llevar y lo hicimos.
Al acabar te fuiste con prisas, no entendía nada pero no pregunté, solo te dejé ir. Cuando ya habías cerrado la puerta, me di cuenta que te habías dejado las llaves así que me vestí y corrí para traértelas. Al girar la esquina, te vi hablando con alguien y escuché, no debí hacerlo pero lo hice. Lo oí todo: solo otra chica más, otra aventura, sin tener en cuenta mis sentimientos. Me viste y te intentaste explicar, pero no había explicación alguna así que simplemente te tiré las llaves, me giré y con la cabeza bien alta me fui aunque de mis ojos brotaban millones de lágrimas.
¿Y ahora te odio? Sí, te odio porque te he querido pero me odio más a mi por haberlo hecho.